El Padre Noailles había trabajado varios años en un despacho de abogado, y vivió en un período en que las cuestiones de derecho canónico iban estrechamente unidas a la vida social y religiosa. El derecho de los religiosos, en concreto, era incluso un tema candente. Por tanto, en su obra no podía de ninguna manera pasarlo por alto, sobre todo presentando, como presentaba ésta, una organización tan original. De hecho, este aspecto le preocupó mucho. La documentación sobre este punto es importante y abarca un largo período.1 Pero su análisis se hizo difícil debido a dos factores: por una parte lo complejo del Derecho de la época, y por otra la complejidad de la misma Sagrada Familia. Vamos, pues, a intentar aclarar las cosas.

Abordamos aquí, quizás, el punto más esencial y delicado de nuestro estudio. Para captar bien la situación, tenemos que referirnos continuamente al telón de fondo descrito en nuestro primer capítulo, y prestar una gran atención al vocabulario. Porque éste no es exactamente el mismo que en nuestros días. El sentido de algunas palabras puede haber cambiado. Por otro lado, el P. Noailles utiliza un vocabulario muy personal. La misma palabra puede emplearla él en un sentido, tener un sentido algo diferente en la sociedad de su época, y, en fin, haber adquirido con el tiempo otro significado. Por el momento, basta con que tomemos nota. Poco a poco las cosas se irán aclarando –al menos eso esperamos– en el curso de la lectura de este capítulo, en el que, una vez más, vamos a dar continuamente la palabra al fundador de la Sagrada Familia. El explicó con todo detalle lo que deseaba; pero tenemos que ir aclarando su idea para evitar, al leerle, contrasentidos lamentables si lo interpretamos desde nuestra cultura de hoy, cuando lo que hay que hacer es leerlo en su propio contexto.